jueves, 17 de septiembre de 2015

Los Mil Primeros Días

En relación a los múltiples detractores que ha empezado a tener la campaña impulsada por la Sociedad de Pediatría de Río Grande do Sul, Brasil (SPRS) llamada “Your child is what you eat” (“Tu hijo es lo que tú comes”), es que a continuación quiero explicar varias cosas:

Lo primero, es mencionar que dicha entidad goza de gran prestigio y al igual que prácticamente todas las sociedades pediátricas del mundo, se basa y promueve las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud en cuanto a lactancia. La campaña NO es contra la lactancia y quien así lo haya entendido es porque no se dio el tiempo de interiorizarse e interpretó las imágenes de forma muy subjetiva y antojadiza. El llamado es a que las madres lleven una alimentación sana desde que se embarazan y mientras amamantan. Tampoco está financiada por Nestlé, como trató de sindicar el períodico Daily Mail.

La campaña hace referencia a los estudios basados en la corriente de investigación sobre epigenética llamada “First Thousand Days”, por investigadores de gran connotación mundial como Robert Waterland, la cual se refiere a los primeros mil días del bebé que empiezan a partir del primer día del embarazo y se dividen así: 270 de embarazo, 365 del primer año de vida y 365 del segundo año de vida.

Los estudios han demostrado que en esos primeros mil días de vida del niño se programa en su genoma el desarrollo inmunológico (todo lo relacionado con sus defensas contra infecciones, inflamaciones y alergias) y el sistema metabólico (que regula el peso que tendrá de niño y de adulto), se reduce la posibilidad de adquirir algunas enfermedades en su crecimiento relacionadas con la nutrición (diabetes, problemas coronarios e hipertensión arterial, entre otros) y se programa la composición de la flora intestinal. Además es el período en donde existe mayor plasticidad neuronal y epigenética, lo que condiciona modificaciones del genotipo (los genes que uno hereda de los padres) y que se manifestarán en el fenotipo (la expresión visible de esos genes).

Como la madre embarazada es la directa responsable de contribuir a la nutrición de los dos, necesita una alimentación variada y balanceada en cantidad y calidad, que cubra las necesidades de proteínas, grasas, carbohidratos, vitaminas y minerales, por lo que se hace necesario el consumo de alimentos saludables como frutas, verduras, carbohidratos con índices glucémicos bajos y evitar las grasas trans. Existen micronutrientes como la vitamina D, el zinc, el ácido fólico y el DHA que garantizan la salud adecuada del bebé en formación. El hierro es clave en la alimentación, pues el feto comienza a acumularlo desde el primer trimestre de vida y esa acumulación es mayor en el tercer trimestre de embarazo. El ácido fólico es vital antes y durante el embarazo (entre las 8 y las 12 semanas antes de quedar embarazada y durante los primeros tres meses de gestación), pues previene serios defectos congénitos en el cerebro y en la columna vertebral del bebé. La concentración mayor de DHA en el cerebro ocurre en el tercer trimestre del embarazo, lo que permite el desarrollo neurológico y visual, ácido graso que no es sintetizado por el cuerpo humano y que proviene directamente de la dieta materna.

Ahora bien, en el período de lactancia aunque la alimentación debe ser muy parecida a la del embarazo, en esta etapa el organismo gasta las reservas de grasa para poder producir leche continuamente. Por eso, la nueva madre debe darle a su cuerpo un  aporte adicional de calorías (aproximadamente 500 calorías extra) pero de una fuente sana. No es lo mismo que se coma una gran barra de chocolate que una ensalada de frutas y cereales para obtener esas calorías extras. Como la malnutrición, ya sea por exceso o déficit, puede afectar los niveles de algunos nutrientes en la leche materna (principalmente los que dependen de la dieta, como mencioné anteriormente el ejemplo del DHA), fundamentales para el crecimiento saludable del bebé, es muy importante que la madre mantenga una alimentación balanceada, ya que si bien la leche materna siempre será perfecta en su composición, lo será a costo de usar de las reservas de nutrientes de la madre si ella no los repone constantemente a través de una buena alimentación. Esta es la recomendación para que todas las madres se mantengan saludables durante los primeros seis meses de lactancia materna exclusiva (LME). Por otra parte, los estudios también han reportado que los niños que logran una LME de un mínimo de seis meses, de madres en peso normal y alimentadas sanamente, son menos propensos a ser adultos con problemas de obesidad o enfermedades cardiovasculares.

A partir de los seis meses de edad la leche materna debe acompañarse de otros alimentos, pues esta por sí sola ya no es suficiente para cubrir las necesidades nutricionales del bebé en esa etapa de crecimiento y desarrollo. Según la Organización Mundial de la Salud, se recomienda que los lactantes empiecen a recibir alimentos complementarios a los seis meses, con una consistencia, variedad y porciones adecuadas. Estas tres condiciones son imprescindibles, pues la alimentación complementaria es el comienzo de los hábitos saludables de una persona. Así, de manera progresiva y guiada por el pediatra o el nutricionista, se irán introduciendo los distintos tipos de alimentos, para que hacia el año de edad su hijo esté consumiendo una alimentación variada y de tipo familiar complemetaria a la lactancia materna, la cual idealmente se debe prolongar hasta los dos años de vida o más.

Es así como en los dos primeros años de vida, los niños requieren alimentos con proteínas, grasas, carbohidratos, vitaminas, minerales y probióticos. Pero con grasas, específicamente me refiero a “grasas buenas”. Investigaciones realizadas entre 2010 y 2013 por organizaciones como la FAO, en alianza con la Fundación Iberoamericana de Nutrición, la Academia Americana de Nutrición y Dietética, el Colegio Americano de Cardiología y la Asociación Americana del Corazón, ratifican que las dietas de los niños bajas en grasa ocasionan efectos negativos sobre su peso y crecimiento, por ejemplo, uñas quebradizas, fatiga, sensación de entumecimiento en brazos y piernas, falta de concentración y retraso en el crecimiento. Por eso es tan importante que los padres conozcan el origen y tipo de las grasas, para no caer en la premisa de que el niño no debe consumirlas“porque todas son malas”.

Ahora, volviendo al punto de la alimentación de la madre y su impacto en la lactancia, he visto que hay una confusión de conceptos en lo que se refiere a los mitos sobre esto. Volveré a repetirlo: si bien la composición de la leche se mantendrá siempre perfecta en cuanto a nutrientes aunque sea ocupando las reservas maternas y que pocos pero importantes nutrientes dependen de la dieta como el DHA, es una cosa aparte el hecho que la alimentación de la madre SI influya en cuanto a los efectos en el niño que consume esa leche. Un ejemplo claro de esto es la llamada Alergia a la Proteína de la Leche de Vaca, conocida por sus siglas como APLV. Es una alergia alimentaria que presenta el bebé porque la madre consumió lácteos que produjeron la respuesta alérgica (también se da en niños que consumen dicha proteína proveniente de las fórmulas lácteas). Esta no es una condición para que se suspenda la lactancia materna como muchos creen, por el contrario, manejando la dieta de la madre con la exclusión de los lácteos se puede continuar con la lactancia materna. Es conocida ya además una vía fisiológica llamada circulación entero-mamaria, la cual explica el paso de la microbiota del intestino materno hacia la glándula mamaria, contribuyendo a la flora intestinal del bebé, tema muy interesante por cierto que me gustaría hablarles en un próximo artículo.

Ahora, si aún persisten escépticos, los invito a ingresar a un sitio web que ya les he mencionado anteriormente, E-Lactancia.org y buscar la compatibilidad de algunos alimentos con la lactancia materna, como por ejemplo el hinojo, el anís estrellado, la  galega, la cafeína o el chocolate (estos dos últimos dosis-dependiente) y se darán cuenta de lo que puede conllevar su consumo. Si la alimentación de la madre no influyera, no habría ninguna contraindicaciones de consumo, al igual que los medicamentos por vía oral.

Para finalizar, creo que si bien las imágenes de la campaña son muy impactantes y han herido más de una susceptibilidad, provocando incluso sentimientos de rabia y dolor en algunas madres por sentirse culpables y al mismo tiempo juzgadas (es lógico, a nadie le gusta que le hagan ver sus errores), pero si consideramos que en Chile aproximadamente el 60% de las mujeres que se embarazan lo hacen con sobrepeso u obesidad y posteriormente se mantienen así en el período de amamantamiento (y en general más del 65% de la población chilena también lo es), no se trata de una hamburguesa o una bebida cola “de vez en cuando”, siendo que como país lideramos el consumo latinoamericano en pan y bebidas azucaradas. Hay que entender esta campaña como un llamado a la reflexión que pretende sensibilizar de manera muy visual sobre los malos hábitos alimenticios y los riesgos que conllevan, y que de ninguna forma ataca (como han tratado muchos de confundir y tergiversar) la lactancia materna en sí. Está demostrado que nuestros hábitos influyen en nuestros hijos y el llevar una alimentación sana por parte de la madre no debería verse como un sacrificio, sino como un regalo hacia ellos. Hagamos un esfuerzo como sociedad para revertir estas cifras alarmantes, son sólo mil días pero que pueden condicionar la vida de nuestros hijos para siempre.

Con cariño, Doctora Mamá.


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