lunes, 27 de julio de 2015

El Sistema Inmunológico en los Niños

Uno de los cambios fundamentales tras el nacimiento es el que se produce por el brusco contacto con sustancias y organismos distintos al propio con los que hay en el exterior. Un contacto que si bien no era inexistente hasta entonces, sí había sido muy limitado. El bebé pasa de estar en un medio estéril en el que sólo se tiene contacto con material orgánico genéticamente compatible con su propio organismo (como el líquido amniótico, la placenta y las membranas ovulares, entre otros), a un mundo extraño, con gran cantidad de sustancias y microorganismos agresivos.

Nuestro sistema inmunológico se compone fundamentalmente por unas células llamadas glóbulos blancos o leucocitos, unos órganos donde se forman (médula del hueso, hígado, bazo, timo y ganglios) y unos anticuerpos que liberan algunas de esas células. Cuando aparece un agente que produce una infección, responde todo el sistema inmunitario.

Los leucocitos atacan a ese agente directamente o por medio de anticuerpos. Si es necesario producir más leucocitos, éstos empiezan a multiplicarse en los ganglios, los cuales aumentan de tamaño para responder con más intensidad a la infección. Esto hace que los ganglios cercanos al foco infeccioso sean más grandes, convirtiéndose en las llamadas adenopatías. Cuando cede la infección se reducen de tamaño, pero si son frecuentes en la misma zona no dan tiempo a que se reduzcan con lo que cada vez crecen más.

Una de las principales características de nuestro sistema inmunológico es su capacidad de memoria sobre aquellos gérmenes contra los que ha luchado. Debido a eso, la respuesta contra un organismo con el que tuvo contacto con anterioridad se realiza de forma mucho más rápida, en muchos casos impidiendo totalmente la manifestación de la infección. Ese es el mismo mecanismo con el que actúan las vacunas.

Cuando alguien tiene las “defensas bajas”, como dice la gente, el resultado es un fallo en su función protectora. No es que se tengan muchas infecciones, ya que tener muchas o pocas infecciones depende más del ambiente en el que estamos y de los agentes patógenos con los que tenemos contacto, que del estado de nuestras defensas.

Acá hay que hacer una distinción importante. Lo que sucede cuando realmente hay una enfermedad que produzca deficiencia inmunitaria, es que las infecciones banales se complican con facilidad, transformándose en enfermedades graves. Por ejemplo, si un niño tiene 3 resfríos en un mes lo único que quiere decir es que ha tenido contacto con 3 microorganismos patógenos distintos contra los que no tenía memoria de defensa. Si tiene una neumonía, es que el sistema defensivo ha fallado al intentar contener una de esos resfríos, pero que puede ser un fallo puntual. En cambio si tiene 2 neumonías en un invierno, ya hay que empezar a sospechar que puede haber un problema de base, bien en los pulmones o en el sistema inmunológico, el cual requiere de un estudio más complejo.

También hay casos en los que nuestro sistema inmunológico falla por exceso. Su labor de catalogar cada una de las sustancias extrañas (como alimentos, animales, productos de aseo, etc.) con las que tenemos contacto cada día puede fallar, interpretándose como agresivo algo que no lo es. El resultado de eso son las famosas alergias.

Por último, hay un tercer tipo de reacción de nuestro sistema inmunológico que puede generar problemas. Son las llamadas reacciones autoinmunes. Es un ataque de nuestras propias defensas contra algunos de nuestros tejidos u órganos. Suele deberse a un error por el parecido de algunos agentes patógenos con un tipo concreto de células de nuestro cuerpo, que hacen que una vez vencida la infección, la reacción continúe contra nuestras propias células.

En el desarrollo de nuestro sistema inmune hay varias fases. Los primeros meses de vida, los anticuerpos presentes en sangre en el momento del nacimiento son casi en su totalidad de origen materno. Durante el embarazo, la madre le traspasa al bebé estos anticuerpos a través de la placenta, de modo que al nacimiento tendrá una especie de “muestra de defensas” contra las infecciones que la madre ha tenido a lo largo de su vida. Duran un tiempo escaso, pero fundamentales por ser el tiempo que precisa el sistema defensivo del propio niño para madurar un poco. En los 3 primeros meses de vida, de hecho, la posibilidad de que una infección contraída se complique es muy alta, por lo que casi todos los protocolos pediátricos establecen que un bebé menor de 3 meses con fiebre debe ser manejado en un servicio de urgencias para estudio y vigilancia de la evolución, muchas veces con eventual hospitalización y tratamiento antibiótico profiláctico.

Desde que se supera ese límite de edad de 3 meses, hasta el año aproximadamente la capacidad del sistema inmunológico va mejorando rápidamente, aunque sigue teniendo tendencia a hacer infecciones diseminadas o sin focos infecciosos ni síntomas muy claros. Ya por encima del año su capacidad de defensa está con mejor rendimiento. Y le será muy necesaria, porque en los próximos 3 a 4 años va a pasar el 90% de las infecciones que sufrirá en toda su vida. Resulta desesperante para los padres, pero desde el momento que un niño pisa la sala cuna o el jardín infantil, o antes si tiene hermanos mayores que van a ellos, al menos en invierno no pasarán más de 3 semanas sin que tenga una infección respiratoria o digestiva.

Pero como decía antes no es preocupante si es una seguidilla de resfríos o infecciones no graves. Su único significado es la adaptación progresiva a un mundo rodeado por gérmenes agresivos con los que tenemos que aprender a convivir.

Cada infección que pasamos nos hace un poco más fuertes, porque nuestro sistema inmunitario tiene memoria y poco a poco la proporción de gérmenes contra los que tendremos defensas será mayor. Esa es la razón de que ya de adultos no nos enfermamos con tanta frecuencia.

Dependiendo del número de hermanos y de la edad en que comenzó a tener contacto estrecho con otros niños se alcanzará antes o después esta madurez. Parece que de repente nada es capaz de enfermarlo y de estar continuamente enfermo todo el invierno, pasa a tener como mucho un par de resfríos banales. 

Esto nos ocurrió este año con nuestra hija mayor de 4 años, quien empezó a asistir a transición menor. Durante el año se ha resfriado todos los meses, sin excepción. Algo que sabíamos que ocurriría pero que no pensábamos que sería tan al pie de la letra. Es por ello que empecé a buscar información sobre algún estimulante natural que nos pudiera ayudar a impulsar su sistema inmunológico, y fue así que di con la Echinacea.

A diferencia de una vacuna que se activa sólo contra una enfermedad específica, la Echinacea estimula la actividad general de las células responsables de la lucha contra todo tipo de infección. La planta echinacea es la más conocida y estudiada de las hierbas medicinales para estimular el sistema inmunológico. Estudios de laboratorio han demostrado que la echinacea tiene numerosos efectos sobre las células del sistema inmunológico al estimular la producción de células T e interferón (proteína que estimula el sistema inmunológico). También estimula la internalización de los cuerpos extraños por las células inmunes para retirarlos de la circulación y aumenta la capacidad de las células inmunitarias para ir al sitio de la infección. Tres son los componentes principales activos de la echinacea que potencian nuestro sistema inmune: antioxidantes, alcamidas, y polisacáridos.

A diferencia de los antibióticos que están diseñados para matar todas las bacterias, la echinacea ayuda a nuestro propio sistema inmunológico preparándonos para luchar contra las bacterias y virus, disminuyendo los síntomas y el tiempo de recuperación en la convalecencia.

Investigaciones publicadas por la revista científica The Lancet, indican que el remedio de hierbas hecho a base de echinacea disminuye las posibilidades de contraer influenza en 85%. Los investigadores también aseguran que la planta ayuda a curar la gripe con mayor rapidez, ya que los síntomas desaparecen aproximadamente 36 horas antes de lo que es normal que duren. Aunque la echinacea se utiliza generalmente internamente para el tratamiento de virus y bacterias, cada vez se está utilizando más para el tratamiento de infecciones y heridas externas.

Se la empezamos a dar a nuestra hija en presentación de microglóbulos y notamos la diferencia. Si bien ella se ha resfriado de igual forma, los episodios han sido de menor duración, y ninguno ha conllevado complicaciones graves. Los microglóbulos vienen en una presentación muy amigable, en un pequeño frasco de color rosa. La dosis depende de cada niño, su edad y su peso. También puede ser usada por adultos.

¿Dónde?
Farmacia CosmoFarma
Cobija #2188 Local 103 / Primer piso Edificio Master
Fono: (55) 2345554
Horario de Atención: Lunes a Viernes de 09:00 a 21:00 hrs y Sábado de 09:00 a 14:00 hrs

Con cariño, Doctora Mamá.



1 comentario:

  1. Hola, es muy interesante tu blog!
    Recomiendas usar la echinacea de manera regular o sólo durante las enfermedades? Y a partir de que edad?

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